El cementerio filipino donde «hay de todo»
Notimex, 21 de octubre de 2018
Manila, Filipinas.- El cementerio católico de Manila Norte, el más grande de la capital de Filipinas, no es solo un lugar para enterrar a los muertos.
Desde hace más de 70 años alberga a miles de personas que, al no contar con recursos económicos suficientes, decidieron instalarse alrededor de las tumbas de familiares, amigos y desconocidos.
«Nací aquí. Mis padres vivían aquí desde hacía mucho tiempo. En 1975 di a luz a mi primer hijo sobre una tumba. Hice lo mismo con mis otros dos hijos. Esta es nuestra casa», dice Maricar de la Cruz, de 61 años.
Es muy popular en el cementerio. Junto con su esposo, tiene una pequeña tienda en la que venden detergentes, bebidas y snacks.
La pareja también ofrece servicios de lavandería -disponen de una lavadora colocada entre dos tumbas- y de electricidad, que toman de un enrejado a lo largo de las paredes del cementerio.
«Con el dinero que nos mandó uno de nuestros hijos -explica la mujer, sentada en una tumba- logramos iniciar este negocio. Nuestro hijo emigró a Canadá y gana bastante. Si no fuera por él ahora estaríamos pasando hambre. Aquí no hay muchas posibilidades económicas. Podemos decir que somos afortunados: sobre estas tumbas construimos una casa de tres pisos».
El cementerio de Manila Norte está lleno de vida. Calles y caminos pavimentados y de tierra; pequeñas tiendas; canchas de baloncesto, el deporte nacional; puntos de conexión a internet; jaulas con pollos; adolescentes bailando con el estéreo a todo volumen; ropa colgada en cuerdas atadas entre un nicho y otro; moto-taxis a toda velocidad; adultos y jóvenes aprendices que, con cincel y martillo, graban inscripciones en las lápidas; personas de todas las edades que con la cera derretida sobre las tumbas crean velas nuevas para vender a los que visitan a sus difuntos; niños jugando en la basura o saltando de una lápida a otra; gente siempre ocupada.
Joalberto Locañas, de 35 años, acaba de regresar a casa después de un duro día de trabajo. Trabaja como albañil a destajo y cuando puede trae algunos ladrillos y cal para hacer mejoras en su hogar. Casa Locañas consta de cuatro paredes bajas alrededor de dos tumbas grandes y de un techo de hojalata desde donde siempre se filtra el agua de la lluvia. Sobre el frío mármol de dos tumbas duermen él, su esposa, su suegra y sus dos hijos. Sobre una de las paredes hay colgadas fotografías de muertos y de vivos.
«Con el alcalde actual no estamos teniendo ningún problema. Pero en el pasado otros alcaldes demolieron muchas casas aquí. En realidad, los políticos no se interesan mucho por nosotros, tratan de hacer un poco de limpieza solo cuando hay elecciones municipales. Se podría decir que nunca existimos para ellos. Al menos a los muertos a veces los recuerdan sus seres queridos», dice Joalberto. «Vivimos en el cementerio -interviene su esposa, Maricel, de 34 años- porque somos pobres. No pagamos alquiler ni impuestos, pero igualmente es muy difícil seguir adelante».
No hay estimaciones oficiales del número de «habitantes vivos» que hay en el cementerio católico de Manila Norte. Pero, según muchos de los que viven ahí, podrían alcanzar los 10.000. Se dan situaciones similares en otras grandes ciudades de Filipinas. «Las únicas órdenes que recibimos del ayuntamiento son mantener la situación bajo control. Aquí no queremos criminalidad, y por eso tenemos informantes. Puedo afirmar que todo funciona sin problemas», revela uno de los guardianes de la entrada, que pide permanecer en el anonimato.
Lo más sorprendente es la gran comprensión de los familiares que vieron cómo ocupaban las tumbas y los nichos donde descansan sus seres queridos. «Es algo que ocurre desde hace muchísimo tiempo. A cambio de esta cortesía -aclara Leni Cabaña- siempre mantenemos limpias las lápidas y tumbas donde construimos nuestras casas. Nadie se quejó nunca ni a mi familia ni a la de mis vecinos».
Leni tiene 18 años y dos hijas, una de dos años y otra de pocos meses. La recién nacida tiene las manos vendadas para que no se rasque la cara. Duerme felizmente en la tumba de un tal Poz Gadex S Ong, nacido el 15 de febrero de 1970 y muerto el 6 de agosto de 1997. «¿Si nos da impresión dormir sobre los muertos? -sonríe la madre-. ¿Y por qué debería molestarnos? Las tumbas solo son un poco duras, están hechas de cemento».