Danza de “El caballito del Señor Santiago”, de las más antiguas de Veracruz
, 30 de abril de 2015
Chiltoyac, Ver., 30 de abril de 2015.- Enclavada al noroeste de la capital veracruzana, Chiltoyac es una comunidad rodeada de cerros y vegetación que se distingue por mantener viva su herencia prehispánica al tratarse de un antiguo asentamiento totonaca.
En este rincón los rostros de los niños y jóvenes se cubren con una máscara, parte del legado que ha pasado de generación en generación. Los más viejos toman en sus manos una flauta de carrizo y un tambor, pues son los guías de un camino que tendrán que recorrer.
Como parte de la necesidad de recobrar las raíces culturales de esta comunidad se han reunido numerosas personas para representar una de las danzas más antiguas de Veracruz. “El caballito del Señor Santiago” es una danza cuyo origen se remonta a la época en que los españoles lucharon por reconquistar los espacios invadidos por los musulmanes en su país.
Los danzantes caminaron rumbo a su destino, los botines cascabeleaban, personajes con máscaras, sombreros y capas multicolores saludaban a un pueblo sorprendido, pues sus ojos tenían muchos años de no observar esta danza que se creía perdida; un cohetón, encendido a la entrada del templo católico, les dió la bienvenida.
Con respeto y después de recorrer varios kilómetros los danzantes saludan al Señor de Chiltoyac, un Cristo que para los lugareños es milagroso. Se rinden ante él para pedir permiso y comenzar a bailar.
Llegó el momento de recrear la teatralidad y el juego. Moros, soldados, reyes negritos y Santiago Caballero estaban listos para comenzar una lucha sin tregua, tomando las alabardas, y así comienza la tradicional guerreada.
Después de 30 años se volvió a vivir la danza de “El caballito del Señor Santiago” gracias al trabajo del Centro Comunitario de Tradiciones, Oficios y Saberes de Chiltoyac como parte del proyecto “Centro de ecoalfabetización y diálogo de saberes” de la Universidad Veracruzana, con la idea de revitalizar las tradiciones culturales.
Es así que abuelos, jóvenes y niños danzaron durante más de dos horas. No importó el cansancio, sólo la idea de conectar en lo más profundo de la memoria colectiva con la comunidad, reafirmando el conocimiento, los valores y la pertenencia cultural a través de una danza que parecía extinta.